jueves, 31 de mayo de 2018

Doce vidas por vivir

Por: 

Sergio López 
¿Quién soy? No creo poder responder apropiadamente. Más bien, tendría que decir quienes soy. Y si la pregunta fuera: ¿Quién fui?, la verdad no importa mucho. Lo que fui es algo que dejé de ser hace tiempo. Poco y nada tiene que ver con lo que soy ahora. O los que soy ahora.
Si desean saber qué es lo que soy, podría decirse que soy un ladrón, una especie de usurpador, un violador del más alto nivel de los que no dejan la más mínima intimidad sin explorar e invadir. Pero no puede decirse que me quede con nada de lo que tomo. Más bien se diría que tomo las cosas prestadas. Sé que aun así les pareceré un monstruo, un ser de negro corazón. Nuevamente, se equivocarían. En realidad, soy un sobreviviente. Lamentablemente, para vivir, debo profanar aquello que es lo más sagrado para cada persona: ¡su vida! Mejor dicho, sus vidas.
No daré los detalles pero lo que pasa es que yo sabía que se acercaba el fin de mi existencia original. Estaba muriéndome y no quería resignarme a ello. Busqué ayuda para evitar ese destino. Nadie es inmortal pero sentí que tenía que postergarlo lo más posible. Alguien me dio la clave, enterándome de un método para mantenerme con vida. El precio a pagar era alto pero, a esas alturas, no me quedaba nada que perder. Las condiciones lo hicieron interesante, al grado de que lo hubiera hecho aunque no temiera a la muerte, siendo capaz de quitarme yo mismo la vida con tal de lograr esa transición. Gracias a este secreto, obtuve la habilidad de apoderarme de vidas ajenas. No era nada simple el reemplazar la conciencia de otra persona y tomar su lugar así como así. Según mi amigo misterioso, eso era pura ficción. Pero existe una manera de tomar las vidas de doce personas con la libertad de escogerlas. El proceso no pienso revelarlo, obviamente. Es una posesión sencilla en la que mi esencia se aloja en el cuerpo de otra persona, reemplazándola al poner su propia consciencia a dormir, como si la desconectara abruptamente. Mientras yo utilice el cuerpo, ésta no podrá despertar. El tiempo límite en que puedo permanecer en cada cuerpo es de tres días aunque puedo cambiar de cuerpos en el momento que yo quiera. Si se pasa el límite, mi esencia será expulsada hacia otro de mis once cuerpos, sin darme oportunidad de elegirlo (mas si no me place ocupar ese cuerpo en ese momento, fácilmente me traslado a otro). Ningún ser tiene el derecho de ocupar la vida de otro pero no existe ninguna ley en la naturaleza que indique que no pueda tomarlas “prestadas”. Y eso es lo que yo hago, básicamente. Tengo doce vidas por vivir. A ratos.
¿Es una existencia complicada? Definitivamente. Mi personalidad permanece igual pero tengo que alternar, dependiendo del rol, ya que tampoco se trata de hacerlo tan evidente. No solamente obtengo la capacidad de utilizar sus respectivos cuerpos y capacidades físicas, también tengo acceso a sus recuerdos, por lo que nada se me escapa para realizar una personificación perfecta. Eso si se me da la gana, ya que pocas personas podrían deducir la verdad. Mi amigo me aseguró que se cuentan con los dedos aquellos que conocen la habilidad de trasladar la esencia a doce personas y que es improbable que conozca a alguno (aparte de él).
Un requisito importante de la posesión, es que para poderme apoderar de estos cuerpos una vez que los elegí para hacer míos, ocasional y temporalmente, es imprescindible que ellos me dieran “entrada”, de un modo u otro. Es decir, que en algún momento de la vida (también es indispensable que hayamos interactuado, no funciona con alguien con el que no me comunicara nunca), la persona me haya abierto su corazón. No me refiero a algo cursi, sino que ésta simplemente haya sentido confianza para decir algo personal en mi presencia (no es necesario que se dirigiera precisamente a mí pero si que tuviera consciencia de que yo estaba presente). De esa forma, tuve una variedad de opciones hasta que me decidí por las más llamativas, por diversas razones. También tuve cuidado de que estos doce sujetos no interactuasen entre si o se conocieran siquiera. Conocerme a mí fue el único punto en común que compartían y así prefiero que se queden las cosas. Estos doce sujetos que he personificado y suplantado me han servido muy bien. Algunos fueron amigos cercanos que me confiaron sus más íntimos secretos y viceversa. Siento que algunos habrían estado de acuerdo de haberles advertido sobre lo que haría. Otros no y casi me siento mal por traicionar su confianza. Otros fueron simples conocidos que cometieron el error de expresarse en voz alta frente a mi presencia. Es curioso como las personas tienden a expresar lo que les viene a la mente, sin dirigirse a nadie en particular pero sabiendo que alguien está presente para que los escuche (de lo contrario, se guardarían las palabras en el pensamiento). Y por ese pequeño desliz, ahora deben vivir con ocasionales “desvanecimientos” cuya causa jamás podrán descifrar. Son muchas vidas para jugar, para disfrutar. Puedo hacer lo que quiera con ellas y al no estar encasillado, me adapto con facilidad. Imito sus personalidades para ser como ellos pero nunca soy ellos realmente. Siempre soy yo, con una conveniente máscara. Eso si estoy de humor como para ponérmela. Sus complejos y frustraciones personales no significan nada para mí, siendo lo más contrastante cuando tomo sus respectivos lugares, pero en ese aspecto me gusta pensar que les ayudo a “tomarse un respiro”. La explotación también procuro hacerla moderada. Dependiendo del caso. Algunos, por lo que observé cuando los conocí y lo que sé ahora que puedo espiar sus pensamientos (algunos me conmueven por lo que pensaban de mí), puedo respetarlos lo suficiente como para no incurrir en hábitos y prácticas que no vayan de acuerdo con su personalidad. Con otros no. Razones personales me llevan a hacerles “travesuras” desde hacerles amanecer al lado de individuos que no corresponden a su pareja oficial o a su preferencia sexual siquiera, hasta insultar a sus madres en sus caras. Quizá me paso de la raya pero creo que se lo tienen merecido.
Llevo manteniendo esta existencia dividida alrededor de un año. El único contacto que mantengo con mi vida pasada (que no implica una posesión) es con mi benefactor misterioso. Sin importar donde o en cual cuerpo esté, éste encuentra el modo de aparecer o comunicarse. Podría decirse que me supervisa de alguna forma. No puso condiciones ni me dio indicaciones específicas cuando me otorgó esta habilidad pero, de algún modo, pretende servir de testigo y llevar un reporte de mis actividades. Yo le informo de todo, con la misma confianza que si lo hiciera con un terapeuta y, de la misma forma, éste atiende en silencio sin decir nada, tomando notas mentales.
Ahora que ha pasado un buen tiempo, finalmente sintió que era necesario darme una advertencia.
“El problema de manejar doce vidas alternadamente, es que puedes volverte inestable. Mientras más pasas de una vida a otra, los cambios repentinos pueden comenzar a afectar más que tu humor. Tu percepción puede cambiar, desarrollando lo que se conoce como complejo de personalidad múltiple. A raíz de eso, la inestabilidad puede ser inevitable.”
Yo repliqué que ninguna de esas eran mis “personalidades” y no tenía por qué preocuparse. Había llevado un buen control de cada vida hasta ahora. Si acaso me divertía un poco a costillas de aquellos que no me caían tan bien y tomaba sus vidas como broma. No me importaba confundir pensamientos y características. Para demostrar el punto, me esforcé más que nunca en hacer favores especiales para mis amigos. Aquellos que no aplicaban en el trabajo, mejoré su rendimiento. A los que tenían problemas en el amor, logré hacer conquistas por ellos. Hice grandes contribuciones en sus vidas personales. Cada vez que regresaba con cada uno, podía enterarme de sus impresiones respecto a lo acontecido durante los “desvanecimientos” que no podían explicar, pero ninguno se quejaba respecto a las mejoras que encontraban. Estaba muy satisfecho con mi trabajo.
En cuanto a los que no me caían tan bien, bueno, a ellos también les hice el favor, a mi manera. Por ejemplo, uno estaba muy estresado por pagar las cuentas desde que tenía que alternarlo con el mantenimiento de su nuevo bebé (lamentablemente, la concepción sucedió poco antes de que lo obligara a hacerse la vasectomía). Resolví que no era necesario complicarse tanto la vida, ahogando al bebé en la cuna, facilitando así lo que consideré más importante de encargarse (ya tengo doce vidas por ocupar, ¿para qué necesitaría cuidar de una nueva?). Por desgracia, luego estuvo muy deprimido, al igual que su esposa. Me esforcé por mantenerlo animado cuando regresaba a ocupar su vida pero la esposa no estaba nada contenta y la cosa terminó en divorcio. Creo que matarla habría sido más sencillo pero no quise esforzarme tanto. Luego, él desarrolló una adicción a las drogas hasta que, gracias a mí, la cambió por una adicción al sexo. Pensé que así estaría feliz para parece que contrajo una enfermedad venérea algo complicada. Estoy trabajando en como solucionarlo o, por lo menos, compensarlo.
Mis “progresos” en esta materia no parecían complacer a mi benefactor. Aun si se guardaba su opinión, podía percibir el reproche en su mirada. Aquella vez, me había citado en una zona apartada, lejos de oídos y miradas curiosas. Mientras le contaba, excitado, todo lo que había hecho, me era imposible dejar de percibir como sacudía la cabeza. Me enfadé, tomé una piedra y lo golpeé con ella en la cabeza hasta matarlo. No me importaron las consecuencias (total, sólo estaría tres días en la cárcel a lo mucho, cada tanto tiempo). Abandoné el cuerpo (el de mi benefactor, no el que ocupaba) y hui, para luego huir realmente. En otro cuerpo y en otra vida. Cuando regresé a éste, el tipo no tenía conciencia alguna de lo que había hecho. Más bien, le preocupaba hacer algo con el problema de tantos sujetos llamándole, alegando que habían pasado momentos maravillosos cuando él era heterosexual y tenía una novia a la que amaba.
Sin mi benefactor, me entregué con más empeño a estas vidas prestadas. No necesitaba a ese sujeto, de todas formas. Me dio lo que quería a cambio de que yo satisficiera su curiosidad mórbida sobre lo que podría hacer con vidas que no me correspondían. Por lo visto, fue demasiado para él. Me tenía sin cuidado. Ahora, sin su supervisión indiscreta, podía seguir con lo mío, sin rendir cuentas a nadie.
O así lo creía hasta que tuve una horrible experiencia. Había retornado a la vida de aquel que dejé en una situación difícil. Pensé que inscribirlo en aquella clínica le ayudaría a superarlo en lo que me ocupaba de otros asuntos. Pero cuando transferí mi conciencia, pude experimentar una sensación desagradable y. en cierto modo, familiar. Un momento estaba en su cuerpo, sintiéndolo pesado y con ligero dolor. Después, fue como un desvanecimiento y es como si despegara violentamente hacia arriba. Abrí los ojos, y estaba en otro de mis cuerpos, pero aun tenía fresca aquella sensación. Como haber recibido un baño de agua helada en medio de tinieblas, sintiendo mí esencia debatirse, amenazando con deshacerse.
Poco después, recibí un mensaje en la computadora. Era de parte de mi benefactor, explicándome que debí imaginarme que no era yo el único con doce vidas.
El resto del mensaje no me hizo el día, precisamente:
“Me parece que ya experimentaste nuevamente lo que se siente el morir. Ese cuerpo ya estaba desahuciado por tus descuidos y entraste en éste en el peor momento posible. Ahora entiendes la maldición que te has echado encima. Vivir es increíble. Morir no lo es tanto y menos si tendrá que ser una y otra vez. Estabas dispuesto a disfrutar, en una bizarra mezcla de egoísmo y desinterés, de las vidas ajenas que codiciabas, pero pasaste de jugar con ellas a arruinarlas, incurriendo en acciones y decisiones, cada vez más erráticas. Temo que las próximas muertes no serán por causas naturales. Eres peligroso para la sociedad y tendremos que acorralarte, hasta que no tengas a donde huir. El experimento fracasó y tendremos que intentarlo otra vez. Disfruta de las once vidas que te quedan. Al final, comprenderás que no tenías doce vidas por vivir, sino doce muertes por sufrir. Nos veremos muy pronto.”