jueves, 17 de junio de 2021

1.- Plumas blancas cayendo suavemente


 ¿Qué era eso? El chico miraba, sorprendido, hacia el cielo, a través de la ventana de su habitación, abierta de par en par, divisando algo que parecía sobrevolar el firmamento. Amanecía sobre el vecindario y en medio del cielo teñido de colores purpuras y rojizos, aparecía una diminuta figura.

Al distinguir su forma como la de un ave blanca que volaba, el chico soltó un respingo y rápidamente, se puso sus pantunflas, levantándose de la cama y corriendo hacia la ventana para mirarla mejor.

Aquella forma alada se acercaba, volando directamente hacia la ventana. El chico sonrió con ternura y sus ojos se humedecieron con emoción. Se estiró sobre la ventana tanto como pudo, sosteniéndose del marco de madera para no caer. No podía creerlo. Después de tanto tiempo de haber estado esperando este momento, finalmente estaba ahí, llegando a él tras tantas tardes y noches amargas en las que sólo deseaba volverle a ver.

“¡Pan!” Gritó con emoción, embargado por una inmensa alegría que no podía contener. El chico chillaba y daba pequeños brincos, estirando los brazos desde su precaria posición. “¡Pan, al fin regresas!”

No había duda. Era Panphil, el hermoso pato blanco, que al fin regresaba a casa. Y en verdad parecía estar feliz de hacerlo, graznando con alegría, como si quisiera contestarle al chico: “¡Si! ¡Soy yo! ¡Estoy de vuelta!”

Pan lo había logrado. El muchacho no cabía en toda su alegría, gritando y llorando de felicidad mientras saltaba. Todo parecía ir en cámara lenta, e incluso se alcanzaban a notar las pequeñas partículas de polvo en el aire, a través de los débiles rayos de sol matutinos.

Pan se acercó a la ventana, estirando sus largas alas blancas. Era un milagro hecho realidad, un deseo que se había cumplido al fin. El chico, embriagado con tanta efusión, dio un salto mal calculado y perdió el equilibrio  Súbitamente, cayó por la ventana, con los brazos estirados, sin haber podido alcanzar al pato.

Lo único que pudo ver el chico mientras caía al suelo, fueron un montón de plumas blancas. Plumas blancas que caían suavemente, en contraste con la rapidez con la que su cuerpo descendía. El chico ni siquiera pensó en el dolor que iba a sentir en el momento del duro golpe, habiendo sufrido un bloqueo en su mente por no haber podido alcanzar al ave.

Pero el duro golpe no llegó nunca.

 

7:00 am.

 

El despertador sonó sin piedad, como todos los días, entonando la canción de Banana Pancakes (1), haciendo temblar la mesita de noche con suficiente intensidad para despertar al chico. A él siempre le era difícil despertar, especialmente cuando sus noches se alargaban al mantener conversaciones prolongadas con sus amigos por internet. Sin embargo, ese día, despertó de un brinco y con la respiración agitada. Ni siquiera se molestó en apagar el despertador.

Se levantó rápidamente del revoltijo de sabanas que era su cama, dirigiéndose hacia la ventana, abriéndola y mirando, esperanzado, hacia el exterior. Nada.

El cielo todavía estaba purpura, y ya en el horizonte iba mostrando tintes rojizos. Era una mañana fresca y acogedora. El vecindario estaba en paz pero no había señal de ningún ave volando.

Decepcionado, el chico se arrastró al cuarto de baño para ducharse. A pesar de haberse resignado mucho tiempo antes, muy en el fondo, nunca dejó de guardar pequeñas esperanzas de volver a ver a Panphil, el pato. Pensó sobre su sueño mientras se duchaba, preguntándose que pudo haberlo originado. Quizás se debiera a que la noche anterior, hablando con su mejor amigo por internet, había tocado el tema. O quizás era porque en el fondo no le era posible rendirse y aceptar que aquel pato ya estaba en algún lugar mejor que Aarhus (2). O también podía ser que Pan enviara señalas a través de los sueños.

“Tonterías.” Se dijo, percatándose del rumbo que tomaban sus pensamientos. Cerró la llave y sacudió su cabellera mojada. “Era sólo un pato. Y ya se me está haciendo tarde…”

Salió rápidamente de la ducha, dedicándole a Pan un último pensamiento, intentando convencerse de que donde quiera que estuviese ahora, estaba feliz, nadando en algún lago con otros patos. Se vistió a toda velocidad, no queriendo retrasarse para nada. Al mirar al espejo, éste le devolvió la mirada de un par de ojos verdes. Observó su rostro cuidadosamente en busca de cualquier imperfección que no quería tener en ese día. Estaba resuelto a comenzar con el pie derecho. Era un nuevo comienzo, un día muy importante.

Se pasó un peine por su media melena negra, regalándole una media sonrisa a su reflejo al acomodar un mechón de manera que ocultara parcialmente un lado de su rostro. Le gustaba el efecto que eso le daba.

De pronto, notó algo que lo aterrorizó momentáneamente.

“Oh, no.” Su mechón parecía un poco más claro que el resto de su cabello, revelando un destello de su color natural: pelirrojo. El chico hizo una mueca de desaprobación, tratando de ocultar ese mechón revelador entre el resto de sus cabellos. No quería que los demás lo notasen. Gruñó al ver que era inútil y se enfocó en el resto de su apariencia. “No volveré a comprarle tintes baratos a los chinos.”

En el siguiente minuto, se puso el resto de su ropa. Camisa, pantalones, calcetines, y una cazadora ligera que hiciera juego. Al ponerse los zapatos, reparó en que uno de ellos estaba perdido.

“Ay, no…”

Era el colmo pero no perdió tiempo en lamentarse, buscando como loco por todos lados; debajo de su cama, entre el cesto de ropa sucia, en su armario y hasta miró dentro de los cajones de su mesita de noche, donde el despertador seguía sonando con la misma canción. Aunque tenía muchos pares de zapatos parecidos, quería llevar aquellos en específico: unos Vans (3) con diseño de cuadros verdes y negros. Para él era importante sentirse bien con su propio aspecto.

No teniendo éxito en encontrar su zapato perdido, el chico resopló y decidió usar el único que tenía, poniéndose otro zapato de un par diferente. Un psicólogo lo consideraría como un trastorno compulsivo sobre el conjunto de ropa, pero para su madre no era más que pura necedad infantil. Ciertamente, el chico se veía un poco extravagante con el atuendo en su total.

Trató de que aquello no lo desanimara, pasándose un desodorante por debajo de la ropa, y una vez listo, miró a su reloj. Eran las 7:45 y se le hacía tarde. Salió de su habitación, recorriendo el pasillo y bajando por las escaleras, dirigiéndose a la cocina.

Al entrar, sus dos hermanas menores ya se encontraban en el comedor, sentadas frente a platos de avena. Su madre iba y venía de un lado a otro, haciendo un batido extraño en una licuadora. Estaba impecablemente vestida, poniendo cuidado en no mancharse el traje. Después de todo, una gerente de sucursal bancaria no podía tomarse el lujo de ir desarreglada.

Ella volvió la vista hacia el chico pero sólo por un segundo, para no perder concentración en la batalla que tenía con el batido que estaba haciendo.

“Cariño, estaba a punto de ir a tu habitación a despertarte.”

“Lo siento, mamá. Es que he perdido uno de mis zapatos y no lo he encontrado.”

Su madre observó como su hijo llevaba puestos dos zapatos de un par diferente y dejó salir un suspiro.

“Sólo tú eres capaz de ir a tu primer día en la universidad de ese modo…Bueno, anda. Siéntate y desayuna de una vez con tus hermanas.”

Una de ellas, la del cabello negro, leía una hoja de The Copenhagen Post, y no alzó la mirada cuando el chico se sentó en la mesa del comedor frente a ellas. Para él no era nada raro, consciente de que era difícil llamar su atención. Ella se distraía con frecuencia, perdida en su mundo, aun cuando eso implicara una compulsión por estar al pendiente de las noticias del mundo exterior.

La otra hermana, de cabello castaño rojizo que estaba a su lado, lo recibió con un cálido saludo.

“¡Buenos días, pequeño gran rock-star!”

“Buenos días, pequeña Gwendolyn silvestre del bosque.” Le respondió mientras su madre le servía un plato de avena idéntico. “¿De casualidad no has visto algún zapato mío últimamente?”

Su hermana adoptó una fugaz y fingida expresión pensativa.

“No.” Dijo sonriendo y le dio una probada a su avena. “Lo ultimo tuyo que he visto ha sido tu mechón de cabello rojo.”

Alarmado, el chico se llevó las manos a su copete.

“Ow. ¿Se nota mucho?”

“No mucho pero tendrás que mantenerte en las sombras.” Dijo Gwen en tono misterioso y entrecerrando los ojos, cambiando nuevamente su expresión. “Y hablando de cosas que se pierden…Yo echo en falta uno de mis lazos para el pelo. ¿No lo has visto por ahí? Es color rosa chillón.”

“Pequeña, no he visto nada chillón desde que vi los calzones de Scott.”

Ambos rieron. La otra hermana bajó un momento el periódico y los miró, parpadeando.

“¡Bien, Nelly!” Dijo el chico con exagerada sorpresa. “Al menos das señales de vida de vez en cuando.”

Nelly frunció sus cejas negras y los miró como quien mira a quien no comprende. Luego bajó la vista y siguió leyendo las noticias.

“Como extraño a Scott…” El chico suspiró, con un dejo de añoranza.

Su madre había terminado de batir aquella rara mezcla.

“Esto parece cemento y no debería ser así.” Dijo la mujer, acercándose para oler la nauseabunda sustancia. No tardó en arrugar la nariz y alejarla de su rostro. “Yuck. No, no. Esto no ha salido como esperaba. A buena hora se le ocurre a Iwomba salir de Aarhus. Yo soy pésima haciendo licuados.”

Gwen estiró la mano para alcanzar unas barras de granola que había en medio de la mesa, y en seguida, las metió al pequeño bolso que siempre traía consigo. Su hermano sabía que ella llevaba su diario personal dentro de ese bolso a cualquier parte.

“¿Te has enterado ya de la nueva noticia del vecindario?” Preguntó Gwen mientras cerraba el broche.

“No, apenas me entero de lo que pasa en mi vida.”

El chico dio un bocado a su plato de avena, alzando las cejas. No le gustaba nada la avena. Indiferente, apenas reparó en la expresión soñadora que adoptaba su hermana.

“Pues tenemos nuevos vecinos. ¡Y parece que son doctores!”

“¿Y eso qué?”

“Pues…”

La contestación de Gwen se vio interrumpida al entrar apresuradamente a la cocina un hombre alto y de traje.

“Buenos días, chicos. ¿Alguien ha visto mi corbata azul?”

Aquel hombre llevaba desabotonada una camisa planchada, el cabello entrecano peinado, y miraba hacia todos los rincones, buscando. Nelly, que seguía con el diario, tampoco alzó la vista ante aquel señor, y siguió leyendo.

“¡Buenos días, papá!” Saludó Gwen.

“Buenozzzz diazzz.” Contestó el chico, fingiendo estar adormilado. “Y no, no he visto ninguna corbata en mi cruzada por encontrar mi propio zapato perdido.”

La madre, aun batiendo aquella mezcla con cuidado, se acercó a darle un beso rápido en la mejilla a su esposo.

“No he visto nada. Esto es la cocina y no es lugar para corbatas.”

“Es que ya no me queda ningún otro lugar por buscar.” Replicó el hombre, mirando debajo de las repisas donde guardaban el azúcar y la pimienta.

“¡Bienvenido al club de los que pierden cosas, papá!” Dijo Gwen.

Justo en ese momento, se escuchó un fuerte golpe, proveniente del piso de arriba, como si alguien se hubiera caído. Todos los presentes en el comedor voltearon a verse los unos a los otros. Incluso Nelly había dejado de leer el periódico.

Desde arriba, se hizo escuchar la voz áspera de un muchacho.

“¡Tranquilos! ¡Estoy bien!”

¡Ten más cuidado, Matt!” Le gritó su madre desde donde estaba.

Matthew era el hermano molesto de la familia, por lo que no se sorprendieron de golpe al saber que había sido él. Los chicos volvieron a sus platos. Su padre se sentó con ellos, y tomó una parte del periódico que estaba leyendo Nelly. Su esposa le sirvió un vaso con jugo de naranja y ella misma tomó asiento para comer un pan tostado.

“Nadie me dijo que hacer un licuado era la cosa más difícil de la cocina.” Comentó la mujer, mirando a sus hijos, pero ninguno le puso atención.

“¿Alguien sabe si Scott regresará este fin de semana?” Preguntó el chico, cambiando de tema.

“Lo tienen muy ocupado en su nuevo trabajo.” Contestó su padre sin quitar la vista del periódico y dándole un sorbo a su jugo. “Quizás no lo veamos hasta dentro de un par de semanas más.”

“Tranquilo.” Dijo Gwen, terminando su plato de avena. “Estoy segura de que regresa para el fin de semana.”

Scott era el hermano mayor de ellos. Había salido de Aarhus al haber conseguido un nuevo trabajo en una ciudad cercana. Para el chico, desde que eran niños, Scott siempre fue un protector, un ejemplo a seguir y un excelente hermano. Siempre lo había apoyado en todos sus proyectos, e incluso había conseguido que su madre le comprara una guitarra para que él pudiera aprender a tocarla. Lo admiraba y desde su partida de casa, el chico se sentía un poco inseguro.

“Regresar, el fin de semana…Eso me recuerda…” El chico ajustó sus ojos para cerciorarse de que estaba despierto. “Hoy soñé que Pan regresaba a casa…”

Las hermanas del chico se voltearon, mirándose entre ellas disimuladamente ante la mención de la antigua mascota del chico. Su madre casi se atragantó con el pan tostado, mientras su padre ignoró el comentario.

“¿Ya se han enterado de la nueva noticia del vecindario?” Gwen regresó al tema anterior para disminuir la tensión. “¡Parece que tenemos vecinos nuevos!”

El chico refunfuñó, apresurándose a comerse todo su desayuno. El tiempo volaba y no quería llegar tarde a su primer día en la universidad.

“¿Cómo lo sabes?” Preguntó su madre con suspicacia. “Ayer la casa de al lado aun seguía vacía.”

“Por la noche escuché un camión de mudanza. Me asomé por la ventana y los vi.”

“¿Sí sabías que a eso se le llama fisgonear?”

La madre dio un último bocado a su pan tostado y se levantó del comedor para servirse una taza de café. Gwen apretó los labios e instintivamente abrazó su bolso, donde tenía su pequeño diario. Se ruborizó, quería replicar algo, pero sabía que su madre tenía razón.

Se volvieron a escuchar ruidos y golpes, dando la impresión de que arrastraban algo por el suelo y que botaba por las escaleras. La familia escuchó que un objeto se quebraba en pedazos.

“Ay.” Se quejó la madre, cerrando los ojos, dando un sorbo a su café humeante. “Si eso que se escuchó era el nuevo florero que trajo Iwomba, Matthew tendrá problemas.”

“Ya me encargo yo.” Dijo el padre mientras cerraba el periódico y se iba levantando del comedor. Se volvió hacia el chico. “Por cierto, hijo…Tienes puestos zapatos de diferente par.”

En aquel instante, Matthew hizo aparición en la cocina-comedor.

“¡Buenos días, querida familia!” Saludó con parsimonia.

Aun llevaba el pijama puesto. Sus cabellos largos y claros revueltos le daban un aspecto de demente. Nadie le contestó e hicieron como si no estuviera ahí.

La madre siguió bebiendo su café y no se volvió a mirarlo.

“Como no hayas roto el nuevo florero…”

“Huy, ¡todos aquí están muy amargados!” Dijo Matthew, haciendo un gesto de burla. No entró en la cocina, quedándose parado en la entrada, limitándose a mirarlos. “¿Por qué están así? ¿Acaso no me extrañan?”

Matthew apenas estiró el cuello para mirar dentro del comedor, y reparó en la licuadora que su madre había dejado en el trastero.

“¡Ay no, mamá! Al usar la licuadora, te has cargado lo que iba a alimentar a nuestro nuevo integrante de la familia.”

“¿Cómo? ¿Perdón?”

“¿Nuevo integrante?” Preguntó Gwen, extrañada.

El chico apretó los dientes. Sabía, por la mirada en su hermano demente, que algo estaba por suceder y que podría poner en peligro el comienzo de su jornada.

El padre miró a Matthew con cara indulgente.

“Hijo, ¿ahora qué te traes?”

En ese momento, antes de que Matthew pudiera contestar con una sonrisa maliciosa, algo lo empujó, haciéndolo caer boca abajo.

Un enorme cerdo había entrado a la cocina corriendo. Apenas pudieron reaccionar cuando el animal brincó a una de las sillas para luego subirse a la mesa donde estaban comiendo, causando un desastre y los gritos de las chicas y la madre. El chico se hizo a un lado, notando que el cerdo llevaba puesta una corbata azul alrededor del pescuezo, y en la cabeza un lazo color rosa. El padre reaccionó alejándose rápidamente de la mesa cuando el cerdo lanzó un plato lleno de avena hacia donde estaba él. Todo era confusión mientras la madre gritaba cosas inentendibles, tratando de que el cerdo no le manchara la ropa.

Matthew alzó la voz mientras se levantaba del suelo, por encima del caos que había.

“¡Denle la bienvenida al nuevo integrante de la familia! Yo sé que extrañan mucho a Scott, así que…. ¡Aquí está el amigo que llenará ese vacío!”

“¡Sácalo de aquí!” Gritaba histéricamente su madre.

“¡Eso que lleva en el cuello es mi corbata!”

La cara del padre se puso roja de coraje, mientras el cerdo corría veloz de la mesa hacia las sillas y el trastero con mucha habilidad, rompiendo todo a su paso.

“Si, si, papá.” Contestó Matthew, encogiéndose de hombros y sonriendo pícaramente. “Lo que pasa es que no he querido identificar si es macho o hembra. Pesa demasiado para comprobarlo. Así que le puse la corbata y el lazo de Gwen, por si las dudas.”

El cerdo vio el bolso de Gwen, y rápidamente se lanzó hacia él para comérselo. La chica alcanzó a sujetarlo de una correa cuando el cerdo lo atrapó con su hocico, empezando un forcejeo salvaje en el intento por apoderarse de éste. Matthew reía y aplaudía mientras se comía una tostada, como si todo fuera parte de un espectáculo.

El chico salió de la cocina rápidamente en medio de la conmoción. Se le estaba haciendo tarde y no permitiría que Matt y el cerdo le arruinaran la mañana.

“¡Ya me voy, mamá! ¡El transporte está por salir!”

Dejando todo el alboroto detrás de si, se apresuro a salir corriendo de la casa. Atrás, sólo podían escucharse los chillidos de Gwen y las risas de su hermano.

 

Salir al vecindario le llenó los pulmones de aire puro y fresco. No hacía mucho frio, pero tampoco estaba haciendo calor, algo típico del clima en Dinamarca. Al pasar al lado de su casa pudo ver que, efectivamente, tenían nuevos vecinos. La casa de al lado ya no tenía el letrero de SE VENDE, y podía observarse luz dentro. El hecho de tener nuevos vecinos lo dejó indiferente, aunque aceptaba que sería bueno tener más gente en el vecindario, aparte de la anciana Yoli, que vivía de manera ermitaña en una de las esquinas de la calle.

Caminando unas cuadras más adelante, donde pasaba el transporte hacia la universidad, se detuvo al llegar a la parada del autobús a esperar el momento en que éste apareciera.

Fue entonces cuando lo vio por primera vez.

Apoyado en una de las paredes laterales de la parada del autobús, estaba un chico viendo su reloj. Llevaba al hombro una mochila azul, y llamó su atención por lo atractivo de su rostro. Su cabello era castaño, y no estaba estrictamente corto, pero lo suficiente para dar una buena imagen.

Su mente se bloqueó y no pudo pensar en nada. Aquel chico le había llamado mucho la atención sin saber exactamente el motivo. Se apresuró a sentarse en uno de los asientos de la parada, para que el otro no notara que había clavado su mirada en él. Al bajar la mirada, pudo ver que aquel chico usaba unas zapatillas deportivas que le encantaron. Entonces, por instinto, rápidamente usó su mochila para ocultar sus pies y que éste no notara que llevaba zapatos dispares.

A esto le siguió un largo silencio incomodo. Se sintió ridículo al notar que el tiempo parecía detenerse o transcurría demasiado lento. Él volteó a mirarlo a los ojos un segundo, y después desvió su mirada hacia el horizonte de la calle desierta, esperando al autobús de la universidad. No había nadie más en aquella parada excepto él y aquel chico, por lo que dedujo que él también se encaminaba hacia su primer día en la Universidad de Aarhus. Por alguna razón, empezó a sentir un leve bochorno. Nunca había visto a aquel chico antes pero se le ocurría que seguramente era nuevo por allá, puesto que tampoco recordaba haberlo visto en los cursos preuniversitarios.

Al cabo de lo que pareció una eternidad, al fin el autobús apareció para recogerlos. El chico fue el primero en pasar adentro, seguido del otro. El vehículo iba lleno de estudiantes. Ninguno de los dos alcanzó lugar, viendo que todos estaban ocupados, por lo que tuvieron que sujetarse de un gancho colgante y de los tubos para pasajeros. El chico se estremeció un poco al sentir el roce del otro, estando juntos hombro con hombro. El autobús emprendió la marcha. Había más estudiantes parados alrededor. Chicos y chicas que tenían diferentes miradas perezosas, emocionadas, expectantes, alegres, y otras miradas con falta de interés ante la perspectiva de comenzar un semestre nuevo. Algunos ya eran viejos conocidos y el chico pudo reconocer a algunos de sus antiguos compañeros del instituto.

El chico sintió la inherente inquietud de querer conocer al otro. Tenía muchas ganas de, al menos, preguntarle la hora, para saber cómo hablaba. Pero aquello no llegó a suceder porque en ese momento, algunos de sus viejos compañeros lo reconocieron y le hicieron señas para que fuera a sentarse en un espacio libre en los asientos donde estaban ellos. Muy a su pesar, tuvo que separarse del otro chico, llegando hasta donde estaban sus amigos, pasando por un mar de gente y pisando por error a un chico y a una chica.

Los hermanos Duval eran un par de gemelos cuates. Hermana y hermano, no eran idénticos, pero conservaban rasgos similares a pesar de tener sexos distintos, como el tener ligeramente los parpados rasgados, dándoles el aspecto de un par de zorros astutos. Hablaban de manera tal, que uno complementaba al otro. El chico los conocía desde la niñez, y solamente hasta tiempos recientes había entablado una amistad más estrecha con ellos.

Lo saludaron pronunciando su nombre al mismo tiempo para después mirarse mutuamente con recelo. Odiaban contribuir al estereotipo y lo tomaban como una carrera para ver quien decía algo antes que el otro para casi siempre obtener el mismo resultado sincronizado. El chico lo encontraba divertido y supo disimularlo, tratando de actuar con naturalidad, devolviéndoles el saludo.

“¿Listo para el primer día en la universidad?” Preguntó Zacht, el hermano.

“Nosotros lo estamos.” Aseguró su hermana, Sam.

El chico intentó replicar pero cuando empezaban a hablar, era como una competencia para ver quien dejaba claro su punto primero.

“Lastima que aunque estaremos en el mismo departamento, nos van tocar grupos y maestros diferentes.”

“Lo revisamos previamente en la base de datos de la universidad.”

“Nos gusta ir preparados.”

“Te extrañaremos.”

“Pero todavía nos podremos ver aquí en el autobús y en los recesos, ¿eh?”

“No perdamos el contacto.”

Charlaron durante el resto del camino hasta llegar a la Universidad de Aarhus.

La zona universitaria era muy extensa y comprendía varios kilómetros. Era una zona resguardada y diseñada principalmente para los estudiantes. La universidad se dividía en una serie de grandes edificios y modernos complejos que estaban separados en facultades. La gente lo llamaba Ciudad Universitaria puesto que todo el campus lucía como una pequeña ciudad existente dentro de la misma ciudad de Aarhus, con muchas maravillas tecnológicas de última generación. Había tiendas, centros comerciales, cafés, bares, restaurantes, bibliotecas, salas virtuales, estacionamientos, hogares y pisos, bancos; todo dentro para los estudiantes. Incluso tenía su propia bahía junto al mar.

La primera vez que el chico había estado ahí, quedó anonadado. En el pasado, solía ir seguido por allí cuando tenía que buscar a su hermano Scott, por lo que ya le era muy familiar el lugar.

Al llegar, todos los estudiantes se dispersaron al salir del transporte. El chico ya no pudo seguirle la pista al que había encontrado en la parada. Pese a sentirse un poco desanimado, siguió hacia el edificio de Economía junto con los Duval, que empezaron a discutir entre ellos como de costumbre.

Durante el camino, vio un montón de caras conocidas y muchas más de desconocidos. Al parecer, aquel año había más extranjeros de lo normal. Pasó junto a un grupo de estudiantes asiáticos que hablaban entre si. Aunque el idioma oficial dentro de Ciudad Universitaria era el inglés, se podía escuchar una multitud de lenguas diversas.

En la entrada del edificio de Economía, había dos grandes pantallas, similares a las de los aeropuertos, donde proyectaban los diversos grupos y salones de clases, así como los horarios de cada materia, con el profesor correspondiente. El chico miró en su horario y notó que tenía clases dentro de 10 minutos en el aula C-17. Como ellos tenían clase justo en la dirección contraria, se separó de los Duval.

Le encantaba la nueva situación. Una gran emoción lo embargaba mientras caminaba por los pasillos y subía las escaleras. Por fin estaba en la universidad. Era un gran cambio y un respiro para él estar en una situación nueva. Era lo que necesitaba para cambiar y estaba decidido a aprovecharla, dejando de lado todo lo que le impedía estar contento.

Empezó a buscar el aula C-17 pero no la encontraba. Todas las salas por donde caminaba tenían otros números y otras letras. Se topó con muchos otros estudiantes que igualmente se encontraban perdidos.

Al cruzar de prisa uno de los pasillos, chocó y quedó cara a cara con un chico alto y muy serio.

“¡Ah, discúlpame!”

El otro muchacho no se molestó en contestar. Iba vestido enteramente de negro, con una chaqueta larga de cuero y botas a juego. Tenía cabello negro y largo, enmarcando su rostro, pálido e inexpresivo. Apartó al chico con una mano y continuó su camino como si nada lo hubiera interrumpido. El chico sintió su tacto frío por unos segundos y no pudo evitar una sensación de escalofríos.

Sin darle importancia, siguió su recorrido por interminables pasillos, cuando otro encuentro inesperado tuvo lugar. El chico que había visto en la parada del autobús aquella mañana estaba ahí, dando vueltas lentamente, más perdido que él mismo. Su corazón casi se detuvo, no pudiendo anticipar el verlo de nuevo tan rápido. El pasillo estaba vacío, y el chico recorría lentamente las aulas, una por una, verificando que no fueran donde él debía estar. Fue entonces cuando alzó la vista hacia el frente y reparó en su presencia.

Una vez más el tiempo pareció detenerse. La mirada clara del chico lo atrapó enseguida y pudo sentir reconocimiento en esa intensidad. Sus ojos eran verdes como los suyos aunque de una tonalidad un poco diferente.

Se detuvo a unos pasos de él, y entonces éste le habló.

“Disculpa, estoy buscando el aula C-17. ¿De casualidad sabes en donde se puede encontrar?”

“C-17…” Le costaba un poco poder salir de su aturdimiento. “Ahh, pero si yo también la estoy buscando, si, si.”

El chico le sonrió levemente y a él se le pareció la sonrisa más reconfortante del mundo.

“Ah, perfecto. Entonces me parece que vamos por la misma clase. ¿Te importa si te sigo?”

Le devolvió la sonrisa.

“¡En absoluto! Vamos, que llegamos tarde.”

Así fue como se encaminaron juntos en busca del aula C-17. El chico notó el agradable olor del otro cuando éste se acercó a su lado. Era una fragancia varonil que no era dulce, pero tampoco era lo suficientemente ligera para no notarla. Realmente era muy agradable.

“¿Así que entonces eres nuevo por aquí?” Le preguntó mientras recorrían un patio para llegar a otro edificio.

“Vaya, ¿soy muy notorio?”

“Pues no mucho, aunque lo he deducido por tu acento.”

“Ah, debo practicar más mi pronunciación entonces.” Dijo el otro, alzando las cejas y dando un suspiró. El aire fresco de la mañana convirtió su aliento en una pequeña nube. “No es tan fácil.”

“Tranquilo, que al menos te entiendo. Y yo no soy ningún experto en lengua.”

El otro chico le volvió a sonreír, visiblemente un poco más aliviado.

“Mejor así. A todo esto… ¿Cómo te llamas?”

“Me llamó Blake. ¿Y tú?”

“Yo soy Allen. Enchantè.”

“Un gusto.” Le extendió la mano y Blake se la estrechó. Se sentía cálida y vigorosa. “Ser nuevo en un lugar ajeno y hacer amigos siempre es algo complicado cuando tienes acento raro, ¿eh?”

Por primera vez, Allen rió un poco, y a Blake le encantó aquel sonido.

“Bueno, al menos tengo más posibilidades si no voy por ahí con un par de zapatos desiguales, ¿eh?”

Ahora fue a Blake al que le tocó reír. Definitivamente le estaba cayendo muy bien aquel chico. En su interior, su estomago se retorcía de emoción. No puedo creerlo, pensaba. ¡Apenas en la mañana éramos unos perfectos desconocidos!

Quería preguntar más sobre él, pero se contuvo.

“Creo que es por aquel edificio.” Señaló Blake cuando ya habían terminado de cruzar el jardín.

“Es una pena llegar tarde a la primera clase, pero es que esto parece un laberinto si no conoces el camino.” Comentó Allen.

“Bueno, yo conozco por aquí y siempre me pierdo.”

“¿Sabes quien es el profesor de la clase que nos toca ahora?”

“Hmmm…” Blake miró su horario con el ceño fruncido. “Aquí dice Profesor Sagara. Creo que recuerdo algo…Mi hermano Scott terminó la universidad aquí, y me parece recordar que alguna vez debió de haber nombrado a ese profesor.”

“Creo que lo conoceremos nosotros mismos en breve.”

 

“Allen D. Michaud y…Blake K. Addams. Llegan tarde.”

El Profesor Sagara los anotó en una lista, y los dejó pasar para que se sentaran en una de las mesas. Resultó ser un hombre que arrastraba la voz y cada silaba. Sus rasgos más fuertes eran su cara de amargado y su semblante impasible.

“El primer día y ya tienen un retardo. Dos más y no vuelven a pisar mi clase. Ahora, sólo falta un alumno…Simcha F. Lacenkhalm.”

Blake y Allen se sentaron juntos. Blake observó como Allen sacaba con cuidado los útiles de su mochila azul. Tenía un cuaderno de apuntes muy bien cuidado, y sobre la portada, tenía pegada una foto de la Torre Eifel sobre un atardecer en Francia. El Profesor Sagara explicaba cosas sobre la filosofía del dinero pero Blake no prestaba atención, sumergido en una fantasía, donde él se encontraba paseando por aquel atardecer, acompañado del chico francés. Le recorría una extraña emoción el simple hecho de estar cerca de él.

Volteó hacia la ventana que tenía al lado, tratando de evadir sus ensoñaciones para volver a la realidad. Afuera, se podían ver los jardines del campus, con sus arboles mecidos plácidamente con el viento y su césped, verde y bien cuidado. Había varios estudiantes disfrutando del día, tirados en el pasto, pero Blake fijó su atención en uno de los muchachos que se encontraba volando un cometa.

El muchacho parecía fuera de lugar, ya que nadie más estaba volando cometas dentro del campus, pero no se suponía que estuviera prohibido. Le parecía extraño ver que lo estaba haciendo él solo, sin nadie más que lo acompañara. Y sin embargo, tenía en la cara una sonrisa de oreja a oreja. A Blake le parecía todavía más extraño que aquel muchacho volara un cometa con forma de ave de papel, corriendo de un lado a otro para elevarlo. De pronto, el chico se dejó caer en el pasto, y volteó sonriente a mirar hacia donde él lo estaba observando. Algo en la sonrisa de aquel chico no era normal, aunque era contagiosa.

Desvió la mirada hacia otro lado al ver que el chico le seguía sonriendo extrañamente desde el jardín. Y por un momento, al mirar hacia el cielo, Blake podría haber jurado que vio un par de plumas. Plumas blancas que caían suavemente en el aire...

Y entonces, una pequeña sonrisa iluminó lentamente su cara.



sábado, 22 de mayo de 2021

Melodías en las estrellas

 


Mar 12/09/2006 10:28 AM

Capítulo 1

Se desarrolla poco a poco, como siempre sucede en el medio.

Una pequeña luz que brilla entre miles. Alguien la encuentra al percibir su deseo de incrementar su resplandor, la ayuda a esparcirse sobre muchas otras. Arte, afición, expresión...lo que despiden las luces que ascienden a estrellas. De este modo, adquieren reconocimiento, respeto, una vida aparentemente segura. Es lo que la mayoría quiere, pero a veces existen algunas que solo aprovechan la oportunidad de liberarse y disolverse, sin importar quienes lo aprecien, de un modo tan superficial.

Este es el caso de un joven, parte de este mundo de estrellas.

No fue su intención convertirse en un ídolo por su prodigiosa habilidad de cantar e interpretar hermosa música, solo quería compartirla un poco, pero termino llegando más lejos. Los beneficios de fama y una modesta ganancia monetaria parecen buenos al principio, pero pronto comienzan a asfixiarlo. Él está harto de ser parte de ese mundo, donde casi nunca lo dejan en paz, acoso por estridentes gritos, fastidiosos reporteros y comentarios que quieren invadirlo, y además las exigencias de su representante, el señor Blice.

Lamentablemente, no puede ser libre, su carrera ha avanzado tal que sacrificó sus estudios y apenas se puede permitir un tutor privado; y no puede mostrarse ingrato con su padrastro que se sacrificó por criarlo, quien ahora está enfermo e inmovilizado, y sabe que él es el único que puede ver por él. Demasiadas molestias en su vida, pero él está dispuesto a soportarlas, mientras le quede aquello que más le importa. Después de dar otro concierto, el joven músico acude con el señor Blice, avisándole que debe hacer una visita que no puede ser. Blice reniega, pero sabe que es inútil, porque él termina siendo firma en esas tradicionales visitas. Le da su consentimiento y le advierte, como siempre, que procure pasar desapercibido. El joven sonríe y asiente, abordando después su automóvil personal y discreto de todos modos (no le agradan las limosinas y prefiere conducir por su cuenta). Parte hacia donde está la persona que más quiere en el mundo, quizá la única que realmente aprecia y necesita desesperadamente.

El señor Blice lo ve alejándose, sacudiendo la cabeza. El muchacho no deja de salirse con la suya, piensa. Otros pueden pasar el tiempo libre en fiestas o reuniones con otras estrellas, pero él se va a estar con alguien insignificante. Una voz dentro de él le dice que tenga paciencia. Lo importante es que el chico conserve la dedicación, su vida personal es otra cosa...que posiblemente pueda sacar provecho, más adelante.

Capítulo 2

“Oh, Stefan, hermoso Stefan,

Tu bella voz brilla y se alza hasta las estrellas

Tu cabello tan suave parece terciopelo azul

Tus ojos brillan de un intenso azul

Tu piel es tan suave

Tus labios se abren con hambre de amor

Oh, Stefan, tu eres mi única estrella

La que brilla para mí, llevándome hasta el cielo

Te amo, Stefan.”

“Conmovedor.” Dijo Stefan, sonriéndole a su amante desde la cama. Se había puesto una bata azul. “Como siempre, eres todo un artista, mi querido Wilfrid. Quisiera poder escribir versos tan bellos como tú. Además de pintar con ese estilo tan especial que tienes.”

“Pero tú eres el que canta hacia las estrellas. Tu voz toca todos los corazones, estremeces las almas, inspiras el amor…”

“No somos diferentes. Ambos vivimos por nuestro arte.”

“Y moriremos por él.”

Wilfrid se metió en la cama, uniéndose a Stefan, abrazándole debajo de las cobijas.

“Te amo.”

“Yo también escribí una canción inspirándome en ti. La cantaré en mi próximo concierte.”

“Ahí estaré.”

Stefan prefirió no comentar sobre el Sr. Blice y su molesta interferencia. No aprobaba su relación y los subestimaba. No entendía como su amor había mejorado sus habilidades. Después de todo, nada era más inspirador que el amor. Y Stefan estaba muy enamorado de Wilfrid.

Desde que lo conmovió hasta las lágrimas durante uno de sus conciertos y lo esperó afuera, pidiéndole un autógrafo, Stefan supo que era amor a primera vista. Lo buscó, deseoso por conocer mejor a aquel muchacho tan pálido como la luna y con un cabello tan rubio como el sol. Wilfrid se sorprendió al verlo tocar su puerta. No imaginaba que alguien tan famoso pudiera interesarse en él. Esa noche ambos intimaron con la emoción de la primera vez. Enamorados, cantaron su amor hacia la luna y las estrellas.

Un amor que sería envidiado y censurado, especialmente por el despiadado Irain Blice.

“¡Juro que separaré a esos dos para apoderarme de la fortuna familiar de Stefan!”

Capítulo 3

Stefan y Wilfrid descubrieron que preferían estar juntos que con otras personas. Solo así podían sentirse inspirado y compartir miradas sugestivas. Su romance llevaba ya varios meses y pronto cumplirían un año de novios. Stefan quería hacer algo especial para su amado y él también. Mientras compartían un refresco, se miraban con profundo amor. Stefan quería su mejor canción para Wilfrid mientras que él trabajaba en su obra maestra que inmortalizaría su amor por Stefan.

El Sr. Blice montó en cólera al enterarse de esto.

“¿Trabajas tanto en una canción para tu noviecito?”

“¡La cantaré para que la escuche todo el mundo y sepan lo que siento por Wilfrid! Así se callarán esos detractores y los que escriben sandeces sobre nuestra relación. Se conmoverán hasta las lágrimas.”

“¡Muchacho iluso! ¡Se burlarán de ti más que nunca! ¡Harás el peor de los ridículos si cantas algo así!”

“¡No me importa! ¡Lo haré por mi amor por Wilfrid!”

Blice deseaba abofetearlo hasta cansarse, pero no podía causarle ningún desaire a su estrella y fuente de ingresos. No tuvo más remedio que permitirlo.

El concierto fue un éxito rotundo. Todos apoyaban la relación entre Stefan y Wilgrid. Incluso la obra de Wilgrid, representando a los dos, sentados en la luna, rodeados de estrellas en una noche azul, fue muy bien recibida por los críticos de arte.

Blice estaba ganando mucho dinero, pero presentía que era el sin. Stefan no tardaría en emanciparte y abandonarlo. A menos que pudiera hacer algo para evitarlo. Y ya sabía qué.

Capítulo 4

Stefan y Wilfrid disfrutaban de un romántico paseo nocturno, ignorando que los aguardaba la tragedia. De las sombras, un par de sujetos siniestros les cerraron el paso. Sus intenciones eran obvias.

“¿Qué tenemos aquí? ¿La estrellita cantante de la que se habla muchos estos días?”

“Y además anda con su noviecito…”

“Nos podrían dar mucho dinero por ambos…”

Sacaron un par de cuchillos, amenazándoles. Stefan, experto en defensa personal, pudo arrebatarle el arma a uno de los malvivientes de una patada. El otro fue más veloz, pero Wilfrid se interpuso, resultando apuñalado. Asustado, el asaltante echó a correr.

Stefan se arrodilló, tratando de auxiliar a su amante herido. Sosteniendo su cabeza, sollozó mientras gritaba su nombre.

“Te amo…”

Fue todo lo que Wilfrid alcanzó a decir antes de morir en brazos de Stefan. Soltando un grito de dolor desde lo más profundo de su corazón, el artista sintió como se le rompía el corazón.

Las autoridades acudieron y lo apartaron. Se subió en la ambulancia, insistiendo en ir al hospital, aunque no fuera su pariente.

“Es huérfano. Soy su única familia.”

Conmovidos, le permitieron acompañarlos. No sirvió de mucho. Era demasiado tarde para salvarlo tras la pérdida de sangre.

Horas más tarde, el Sr. Blice pasó a recogerlo.

“Dio su vida por mí.”

“Debes olvidarlo. Su estrella se ha apagado. La tuya, afortunadamente, todavía brilla. Seguiremos adelante.”

Stefan siguió llorando. No estaba de humor para discutir con aquel hombre sin corazón. Todo lo que quería era escuchar la hermosa poesía que le dedicaba Wilfrid, ver sus bellas pinturas…

Todo eso se había terminada y las cosas nunca volverían a ser las mismas.

Capítulo 5

Durante mucho tiempo, Stefan se sintió demasiado deprimido para cantar. Blice se lo reclamó insistentemente.

“¡Tus fans esperan por oír tu voz! ¡No perderán el tiempo con tus lloriqueos por la muerte de ese artista de pacotilla!”

“Déjame en paz.”

Blice lo abofeteó con fuerza.

“¡Tienes que cantar! ¡Tenemos un contratado por diez años, mocoso! Si lo incumples, irás a la cárcel.”

“No me importa.”

“¡Expresa tus malditos sentimientos, pero tienes que salir a cantar!”

Fastidiado, Stefan decidió darle gusto. Con un radical cambio de look, se presentó en el escenario. Usando ropas negras, cortándose y pintándose el cabello de negro, Stefan presentó un repertorio completamente diferente.

Escupió una canción sucia, llena de furia y frustración.

“¡Púdranse todos! ¡Cómanse mis -----, montón de----! ¡Tráguense esto, ------!”

La audiencia se sintió ofendida y muchas abandonaron el escenario, perturbados. Blice se enfureció, pero no se atrevió a reprender al joven.

Los medios de comunicación tomaron la noticia como un acto de rebeldía típico de la juventud. Stefan quería experimentar nuevos estilos musicales y no había nada de que extrañarse.

Stefan mantuvo ese estilo punk por un tiempo, hasta que no pudo más. Una visión de Wilfrid le hizo recordar su verdadera visión artística y decidió mantenerse fiel a ella.

Dentro de poco, Stefan había regresado al escenario tal como era. Una estrella.

Capítulo 6

Los responsables de la muerte de Wilfrido fueron capturados por las autoridades, señalando la autoría de Blice. Pronto, fue puesto bajo arresto, y se descubrieron sus otros negocios turbios.

Libre del contrato, Stephen dirigió su propia carrera, disfrutando más que nunca de cantar y conmover a su público.

Una noche, al salir de un concierto, un joven apuesto menor de edad le pidió su autógrafo. Stefan presintió que quería algo más. Ya le había sucedido con otros fans impresionables. Un beso, una cita. Su debilidad lo llevaba a complacer. Pero el chico no parecía esperar nada de él. tímidamente, otro joven se acercó y lo tomó de la mano. Stefan lo entendió. Eran novios.

Conmovidos, los deleitó con una canción ahí mismo. Desde el fondo de su corazón, creyente del amor, en memoria de Wilfrid. Inspirados, los jóvenes se besaron frente a él y el corazón de Stefan se llenó de nostalgia, visualizándose a él mismo con su amado Wilfrid.

Las estrellas nunca se vieron tan brillantes como esa noche.

Epilogo

Dos jóvenes terminaban de ver la película Melodías en las estrellas. Era de medianoche y estaban cautivados.

“Muy conmovedora, ¿no crees, Pepe?”

“Bastante, Johnny. Me fascinó.”

“Siento que deberíamos hacerlo.”

“¿A qué te refieres?”

“A darnos el beso más largo del mundo, tonto.”

“Nunca pasó algo así en toda la película.”

“No importa. ¿Quieres besarme o no?”

“Siempre.”

“Pues vamos.”

Los dos chicos se pusieron de pie, ambos vistiendo camisetas y shorts. Pepe era más alto, moreno y de cabello ensortijado. Johnny era pelirrojo y pecoso, de ojos verdes. Pepe se agachó para comenzar a besarlo mientras Johnny lo abrazaba por la cintura. Un beso muy intenso que se prolongó durante varios minutos. Cuando por fin pudieron separar sus labios, ambos estaban sin aliento.

“No pudimos prolongarlo. Pero me gustó mucho.”

“Y a mí.”

“Te amo, Pepe.”

“Y yo a ti, mi lindo Johnny.”

Se abrazaron fuertemente y se dispusieron a dormir. Pensando en Stefan y en las estrellas, durmieron en el sueño de los ángeles.

En otras partes del mundo, varias parejas adolescentes enamoradas eran influidas sin saberlo por aquel mensaje de amor enviado por la fantasía.

Alex se encontraba en un lugar público con su amado Oliver. Tumbados en el suelo, se besaban con ganas.

“Me encantas, Oliver.”

“Y tú a mí me fascinas, Alex.”

Confesándose sus mutuos sentimientos, siguieron besándose y aferrándose el uno al otro, mientras una misteriosa melodía deleitaba sus oídos y sus corazones.

En otro lugar, más privado, un chico besaba a su mejor amigo invidente. Incapaces de contener sus sentimientos, procedieron a besarse y entregarse a una pasión desenfrenada como nunca habían experimentado antes.

“¡No sabes cuánto esperaba por este momento, Carlos!”

“Te estoy conociendo a través de mis labios y mis dedos, Rafa. Siempre quise hacerlo.”

“Se siente tan rico. Y más de esta manera.”

Sus labios volvieron a fundirse y se tendieron en la cama para disfrutar más de ese contacto tan íntimo. La canción comenzó a reproducirse en sus corazones, estimulando aún más su pasión.

 En algún lugar fuera del tiempo y el espacio, cual director de orquesta, Stefan observaba, satisfecho, a las tres parejas entregadas a su amor.

Wilfrid estaba a su lado y se besaron.

“¿Satisfecho? Has hecho felices a esos chicos con tu canción, para que puedan amar sin temores.”

“Al igual que nosotros, mi querido.”

Besándose nuevamente, ambos desaparecieron en un destello cegador, perdiéndose en el firmamento.



domingo, 10 de junio de 2018

PUG (Parte 3)


Dagen invitó a Izain a entrar a la casa y lo estrechó entre sus brazos.
“Me da gusto que estés aquí.”
“A mi también.”
Embargados por la intensa emoción que apenas experimentaban, el estar juntos les ocasionaba sentir el impulso de volver a besarse pero no querían estropear todo al precipitarse. Por el momento, preferían disfrutar de su mutua compañía, con actividades normales, como si fueran viejos amigos, además de intercambiar más anécdotas sobre sus pasatiempos o aficiones para seguir conociéndose mejor.
Después de un rato, Izain se acurrucó con Dagen en el sofá, y éste mantuvo abrazado mientras hundía el rostro en su cabello. Izain se incorporó, sujetando la mano derecha de Dagen, intentando medirla con la suya.
“Tus manos son mas delgadas que las mías.” Comentó Dagen. “Pero se entrelazan perfectamente.”
“Que rápido ha pasado el tiempo. A esta hora ya debería estar dormido.”
“Pues vamos a acostarnos. Supongo que no te molestará compartir la cama conmigo...”
“Claro que no.”

Dos pares de ojos luminosos observaban desde afuera. Una ligera risa se hizo escuchar repentinamente.
Izain se retiró para ponerse su ropa de dormir en otro cuarto y Dagen, que aun estaba en la sala, pudo escuchar aquella risa, produciéndole escalofríos.
“¿Escuchaste eso, Izain?”
“Debe ser el viento. Esta noche sopla muy fuerte.”
“Pero cuando sopla fuerte se escucha como si aullara, no como si alguien se riera.”
“¿Que dijiste? No te escuché.”
“Olvídalo.”
Dagen decidió no darle importancia y seguirse relajando con el chico que amaba, dejándose caer en la cama de su cuarto, esperando a que se le uniera.
Poco después, los dos se encontraban sentados, uno frente al otro, somnolientos pero aun emocionados y contentos por estar juntos. Se miraron a los ojos por unos momentos, sin decir nada.
“Me gusta el tono oscuro de tus ojos.” Dijo Dagen, embelesado.
“A mi me gustan más los tuyos. Su tono es mas claro y agradable.”
Se acercaron más y se estrecharon el uno al otro.
“Te quiero mucho.” Dijo Izain.
“Yo también.”
¿A mí o a ti mismo?”
“¡Ja, ja! Claro que a ti, tonto.”
“No quisiera separarme de ti nunca...”
“Algún día tal vez podamos vivir juntos, Izain.”
“¿En serio?”
“Se puede decir que ahora practicamos para ello.”
“Cierto.”
Callaron un rato. Izain quiso hacer lo mismo que Dagen cuando se le declaró. Recargó su cabeza en su hombro y besó suavemente su cuello.
“¿Izain?”
“¿Si?”
“Quiero besarte otra vez.”
“No tienes que pedirlo.”
Nuevamente unieron sus labios. Su sentimiento aumentaba y mantuvieron el contacto por tiempo prolongado, hasta que el sueño los venció, y se quedaron dormidos, abrazándose como niños pequeños.
Afuera, una figura de ojos luminosos los observaba, flotando en el aire, luciendo como un espectro por la forma en que el viento hacìa hondear la extraña túnica que vestía. Una mano delgada con dedos que parecían garras se extendió, presionándose contra la ventana.
La risa se emitió nuevamente pero ni Dagen ni Izain pudieron escucharla.
“Je, je, je. Disfruten mientras puedan…”

A la mañana siguiente, despertaron bañados por la luz del sol de la mañana. Dagen preparó el desayuno y charlaron animadamente mientras comían. Tras otra sesión prolongada de muestras de cariño, Izain anunció que debía volver a su casa, ansioso por ver a su madre y contarle todo antes de que ella se fuera a trabajar.
“Mientras no tengas que darle todos y cada uno de los detalles.” Dijo Dagen, con una sonrisa confidente, mientras acariciaba su cabello.
“No hará falta. Pero si…La pasé muy bien, Dagen.”
“Lo mismo digo. Recuerda. Algún día viviremos juntos.”
“Si. Sè que será así.”

Al irse Izain, Dagen cerró la puerta y se preguntó que en que podría entretenerse por el resto del día. La ansiedad lo incitaba a considerar ir con Izain más tarde y pasarse la tarde en su compañía. En lo que aguardaba, pensó en dormir un poco, ya que aun tenía sueño tras aquella larga noche de besos y caricias.
Sus planes cambiaron en un instante al escucharse una voz desconocida.
“Que bonita casa.”
Dagen se sobresaltó, temiendo que se tratara de un ladrón. Desde la cocina, emergió la figura de un muchacho. Aparentemente, de la edad de Dagen, con simular estatura y complexión. Su aspecto era entre elegante y sofisticado, con un notable porte atractivo, de rasgos finos y ojos que reflejaban inteligencia y un poco de malicia.
Le mantuvo fija la mirada mientras sonreía. Dagen tomó un viejo bastón  que había sido de su abuelo y lo blandió, temiendo que el extraño lo atacara.
“¿Quien eres tu?”
“No te pongas nervioso, amigo. Digo, estamos en el mismo bando.”
“¿Que?”
“Ya sabes. PUG.”
Dagen soltó el bastón, aliviado.
“Oh, eres el tipo que iba a venir, ¿no? Me diste un buen susto. ¿Como entraste?”
“Muy fácilmente. Dejaron la puerta abierta anoche y aproveché para introducirme. Me tomé la libertad de echarme una siesta en el armario y apenas acabó de despertar.”
“Eh... ¿Estuviste espiando?”
“Francamente así. Es lo que hacemos. Y vaya que me tocó contemplar algo muy interesante. No te molesta, ¿verdad?”
“Pues...”
El muchacho le tendió la mano y Dagen la estrechó al cabo de unos momentos de vacilación. El contacto se sintió incomodo. Su tacto era demasiado cálido, de una manera poco reconfortante.
“Mi nombre es Genfirio. Y ya sè que te llamas Dagen.”
“Mucho gusto. Supongo...”
“¿Y bien?”
“Eh...”
“Bien, Dagen. Desde un principio, fuiste muy astuto en averiguar lo de nuestro grupo. Casi nadie logra captar los mensajes secretos que dejamos esparcidos por la red. Así has demostrado tus excelentes habilidades. Eso y haber pasado exitosamente las cuatro pruebas. Significa que ya eres parte del PUG.”
“Es lo que quería...”
“No te ves tan entusiasmado como esperaba.”
“Es que es un poco...repentino. Pero si estoy contento. Ahora… ¿Podrías explicarme bien como son las funciones y objetivos claros del PUG?”
“Encantado.”
Genfirio empezó a hablar. Dagen se esforzaba por escuchar pero apenas atendía sus palabras, volviendo a ocupar su mente el recuerdo de Izain y la agradable noche que pasaron juntos.
“¿Entendiste lo que dije?”
“Si. Interesante.”
“Pero si he dicho nada coherente durante diez minutos. Estuve recitando un poema abstracto e improvisado.”
“¿Eh?”
“¡Ja, ja, ja! Sólo era para comprobar que estabas poniendo atención. Me doy cuenta de que hay algo que te distrae sobremanera y tengo una idea sobre lo que puede ser. Lo que es perfecto, ya que es así como debes realizar la quinta prueba.”
“¿Quinta prueba? Creí que esta había sido anulada. Que no necesitaba hacerla...”
“Era para que te confiaras. Si, la quinta es la más difícil y tiene que ver con la cuarta. De hecho, la cuarta no es una prueba, sino un preámbulo.”
“¿Preámbulo?”
“Encontraste algo mas importante para ti que ser parte de nuestro grupo. Ahora, para pasar la quinta prueba, debes renunciar a ello.”
“¿Como?”
“¡Vamos! No es algo tan duro, ¿o si? De todos modos, aunque ese chico Izain te haya ayudado, nosotros nos hemos dado cuenta de que no encaja con nuestros intereses. A diferencia de ti, jamás será parte del PUG. Así que rompe con él y no vuelvas a dirigirle la palabra.”
“¡No puedo hacer eso! Yo lo...”
“No creas en esas cosas. No puedes haberte enamorado de él. Simplemente fue la consecuencia de pasar tanto tiempo en su compañía, recibiendo sus disimulados coqueteos. Es una sensación muy común, casi siempre pasajera.  Además, como termine metiéndose en nuestros asuntos, los miembros más antiguos del PUG podrían considerar que representa una interferencia y ordenarían su ejecución inmediata. No merece estar en el grupo y no tiene porque fraternizar con ninguno de los nuestros. Cuando rompas con él, ya no será un problema.”
Dagen bajó la cabeza y la sacudió.
“No quiero lastimarlo. Aun si no lo quisiera de esa forma...el es mi amigo.”
“¿Amigo? No lo creo. El te ha perseguido y hostigado por años sin que te dieras cuenta. Eso no es muy saludable. Ha violado tu intimidad.”
“¿No lo hicieron conmigo también los de PUG?”
Sin perder la calma, Genfirio abofeteó a Dagen con un movimiento tan rápido que tardó en estar consciente de lo que había pasado.
“No me cambies el tema, mentecato.”
“Izan fue muy amable en ayudarme. Y con su compañía dejé de sentirme tan solo...”
“Eso tiene arreglo. No lo necesitaras más. Yo estaré contigo ahora.”
“¿Como?”
Genfirio se le acercó, abrazándolo y clavando sus ojos brillantes en los de Dagen, paralizándolo. No estaba seguro de cómo se sentía en ese momento pero el atractivo de su visitante parecía haberse acentuado más, dispersando por su cuerpo una sensación electrizante y agradable al percibir la suavidad de su contacto.
“¿Que dices?”
“Tu...eres...”
“Si. Lo sè. Irresistible, je.  En el PUG todos somos muy unidos y nadie se siente solo. Yo puedo ser especialmente cercano contigo, Dagen.”
“Esteee...”
“No seas tan tímido. Cuando me conozcas mejor, te olvidarás de ese Izain.”
Dagen no pudo decir más y dejó que Genfirio lo besara, incapaz de resistirlo. Casi sin darse cuenta, pasó todo el día y toda la noche gozando de la compañía del exótico muchacho. Él le contaba del PUG y su propósito, pero Dagen no conseguía prestar atención. No podía decidirse si se sentía mejor con él o con Izain y ese dilema amenazaba con destruirlo internamente.
Tras mucho reflexionar mientras Genfirio dormía a su lado (acaparando las cobijas), Dagen tomó una decisión.

En la mañana, después de desayunar, Dagen se dispuso a llamar a Izain para pedirle que viniera. Genfirio le dijo que no tenía hambre y eso le extrañó a Dagen, ya que no lo vio comer el día anterior y estuvieron juntos casi todo el tiempo.
“Puedo aguantar mucho tiempo sin comer.” Dijo Genfirio, sonriendo con aire inocente. “Es parte de mi filosofía de purificación del espíritu.”
“Eso no tiene sentido. ¿Es algo que practican en el PUG?”
“Eh…si. ¿Por qué no?”
Dagen prefirió no darle importancia a esa irregularidad y llamó a Izain. Al poco rato, éste se encontraba en su puerta. Genfirio le había explicado lo que debía decirle. Sea como fuera, no podía revelar que Genfirio estaba con el PUG. Cuando Izain entró, de inmediato reparó en la presencia Genfirio, que seguía sonriendo, cómodamente sentado en el sofá, con una pierna cruzada. Se había puesto una de las camisas de Dagen con evidentes intenciones de incomodar al visitante.
“Hola.”
“¿Qu-quien eres tú?”
Dagen se armó de valor para decir una gran mentira.
“Izain. El es Genfirio. He estado con él desde... hace tiempo.”
“¿Como?”
“Si. Lamento mucho decírtelo así, pero solo he estado jugando contigo.”
Izain se quedó con la boca abierta. Genfirio se incorporó para colocarse atrás de Dagen, abrazándolo por la espalda y besándolo en la nuca.
“No...No te creo, Dagen.”
“Es verdad.”
“¡No! ¡Yo nunca antes te había visto con ese sujeto! ¿Como puede ser?”
“¡Vamos, Izain! Tú no pudiste estar conmigo las 24 horas de cada día cuando ni tenías el valor de acercarte a mí. Conocí a Genfirio...mucho antes que a ti y lo de PUG...”
Izain temblaba. En parte por la tristeza y dolor que sentía por las palabras de Dagen, y en parte porque notaba el extraño y anormal brillo en los ojos de Genfirio. Lo que fuera que reflejaban aquellos ojos no era humano en absoluto.
“De verdad lo siento, Izain. Pero ya no podremos seguir viéndonos. Mejor olvídate de mi.”
Izain se dio la vuelta.
“Como quieras. Solo...cuídate.”
Izain salió corriendo, sin mirar atrás. No podía contener más las lágrimas. Al perderlo de vista, Dagen también empezó a llorar. Genfirio le dio unas palmadas en  la espalda, indiferente ante su dolor.
“Ya, ya. No es para tanto. Yo estaré contigo ahora, ¿recuerdas? ¡Nos vamos a divertir mucho! Incluso un amigo nos acompañará esta noche.”
“Pero Izain...”
“Estará bien. Créeme. No va a sufrir mucho tiempo cargando con ese corazón roto. Sosh se asegurará de eso.”
“¿Sosh?”
De repente, se sintió un leve temblor en la sala y tuvo lugar una inesperada e inexplicable aparición. Una alta figura bloqueaba la puerta. Sea lo que fuera, era un ser de brillante piel azulada, con rasgos faciales apenas identificables, vestido sólo con una chaqueta y pantalones que parecían haber pertenecido a un indigente.
“¿Qué es lo que está pasado aquí?”
“Sosh acabará con Izain. El chico sabe demasiado. No podemos dejarlo vivir.”
“¡No pueden hacerlo!”
Genfirio se encogió de hombros.
“Vamos. De todos modos el ya está sufriendo mucho. Te amaba y tú le rompiste el corazón, portándote como un maldito desgraciado. ¿Crees que querría seguir con vida, sabiendo que su amorcito está en brazos de alguien más? Le haremos un gran favor. Mi amigo le quitará amablemente ese dolor, junto con su vida. No le pierdas el rastro, Sosh.”
“Si, amo G.” Respondió el gigante con voz profunda, haciendo una reverencia desde la puerta. “El llamado Izain ha visto su ultimo amanecer en este plano.”
Sosh avanzó, pesada pero rápidamente, en busca de Izain. Dagen miró a Genfirio. Su sonrisa ahora era una mueca, exhibiendo dientes muy afilados, como si se conformara de puros colmillos.
“¿Que eres tu?”
“Soy lo que quiero ser. Un humano o... ¡Esto!
Envuelto en una serie de haces de luz compuestos de múltiples colores, Genfirio se convirtió en una intimidante criatura de piel blanca, con la cabeza en medio de una forma triangular rodeada de llamas multicolor. Tenía enormes y desproporcionabas garras pero en lugar de piernas, de la parte baja de su torso brotaba una especie de cola formada por humo, como los míticos genios.
“Mi raza fue exiliada en esta dimensión. No nos agrada la manera en que viven aquí sus habitantes ni sus ideas sobre orden social. Cambiaremos las cosas por el simple hecho de que podemos hacerlo, ya que tenemos el poder para lograrlo, por la fuerza y el exterminio masivo si es necesario. Y en cuanto tengamos suficientes adeptos, entraremos en acción. Eso es PUG, Dagen. Es lo que has elegido y ahora serás parte de ello, te guste o no.”
“A mí… ¡Ya no me importa nada de eso! ¡Sólo quiero a Izain!”
Dagen echó a correr para salvar a Izain del gigante Sosh (aunque no tenia idea de que podría hacer ante esa clase de enemigo). Genfirio no se movió cuando pasó por su lado. Dagen podía escucharlo a sus espaldas, riendo a carcajadas.

Debido al efecto de la magia de Genfirio, las calles se encontraban vacías, no habiendo nadie que pudiera ver al gigante, siguiendo a un muchacho.
Izain se volvió de pronto y al ver a Sosh, de inmediato le entró pánico.
‘’Prepárate, humano. El amo Genfirio ha decretado que debes morir.”
Izain no consiguió decir nada, pero aquella aparición confirmó su presentimiento sobre la verdadera naturaleza de ese extraño chico. Desde un principio, supuso que tenía que ver con PUG y que Dagen estaba siendo presionado para terminar con su relación. Sosh abrió su gran boca y pareció arrojar una bola de fuego azul. Ésta cayó a un lado de Izain, dejando un agujero en el suelo. Sosh alzó su enorme puño, listo para golpearlo.
Dagen apareció en el momento justo y absorbió la mayor parte del impacto con su cuerpo, cayendo sobre Izain. Éste lo sostuvo y consideró la gravedad del daño.
‘¡Dagen!’’
‘’Perdóname, Izain. No quise lastimarte....Genfirio...o lo que quiera que fuera...me estuvo controlando...me hizo mentir...’’
‘’Eso lo sè. No pudiste engañarme. Te conozco mejor de lo que crees.’
‘’Te quiero...’’
‘’Yo también.”
“¿A mí o a ti mismo?”
“Dagen…”
Sosh los miraba extrañamente. Arrojó otra bola de fuego, con la intención de eliminarlos juntos. Genfirio apareció de la nada y desvió la bola de un manotazo.
‘’Ya basta, Sosh. Estos no tienen porque morir.”
“Esa fue la orden que me fue dada y me disponía a cumplirla.”
“Y he decido cambiarla porque se me da la gana. Tengo ese derecho ¿no es así?”
“Vivo para hacer su voluntad, amo G. Pero, creí que le preocupaba lo que estos humanos pudieran revelar sobre PUG al mundo…”
‘’Eso puede arreglarse.”
Izain aferró a Dagen, viendo a Genfirio acercarse a ellos.
“Pueden tomar mi vida si quieren, pero tienen que salvar a Dagen…” Imploró Izain. “¡Por favor!”
“Apuesto a que desearías que nada de esto hubiera sucedido ¿eh? Dilo, Izain, y puedo hacer que así sea, pero entonces ustedes ya no estarán juntos.”
“Si eso salva la vida de Dagen, yo…”
Dagen tapó la boca de Izain por su mano y aun en su estado, le dirigió una desafiante mirada a Genfirio, no mostrando la más mínima señal de sentirse intimidado ante sus ojos llameantes.
“No hay porque hacer pactos, Izain…no con esta criatura...sólo hay algo que deseo y eres tú…le di demasiada importancia a lo de PUG…pero tú estuviste ahí desde antes y por eso…sè que habríamos acabado juntos de todas maneras…”
“Con eso basta para mí.” Genfirio chasqueó sus largos dedos con forma de garras, despidiendo una llama purpura y azul que se expandió por encima de ellos. “Nunca nos conocimos. Deseo concedido.”

Dagen estaba en casa de Izain, ambos confundidos. Ninguno de los dos recordaba cuando ni como llegaron ahí. De hecho, no recordaban muchas cosas. Sobre todo Dagen. Sabia que había descubierto que la persona que le enviaba cartas de amor era Izain, que se hicieron amigos y acabaron enamorándose, pero no conseguía recordar como inició todo ni que habían hecho para volverse tan cercanos. Le preguntó a Izain que pasaba, pero él solo sonrió y dijo que nada importaba, mientras ellos estuvieran juntos. Después, Izain se sentó ante el piano y se puso a tocar para Dagen. El olvidó enseguida su preocupación. Fuera lo que fuera lo que haya pasado, se había cumplido su deseo de tener a alguien que lo quisiera y que no lo abandonaría nunca. Ser feliz a su lado y hacerlo feliz a él a su vez, eso era todo lo que necesitaba.

A prudente distancia, Genfirio y Sosh observaban a los dos.
“Todavía no comprendo porque dejó vivir a esos humanos, amo G. Por lo general, usted no perdona a nadie ni le da valor alguno a la vida de razas inferiores.”
“Francamente, esbirro mío, ni yo mismo entiendo mi proceder en esta ocasión. Supongo que nunca me había tocado observar tan de cerca ese modo de expresión y comportamiento entre los seres humanos. Una relación tan diferente a los que he visto hasta ahora, mismas que he hecho arder y sobre las que escupí con todo mi desprecio. Esa juventud e idealismo tan simplón e ingenuo pero de algún modo tan autentico…Siento que conforman un sentimiento engendrado que no desaparecerá ni con la muerte ni el tiempo.”
“Nos tomamos demasiadas molestias por ellos.”
“Olvídalos. No habrían servido a PUG de todas formas. Y matarlos no hará ninguna diferencia. Es mejor dejarlos así, con sus recuerdos de la experiencia perdidos para siempre. Los dejaremos en paz por el tiempo que les quede. Concentremos nuestros esfuerzos en buscar miembros más dedicados. Partamos ya. Los demás nos esperan.”
“Si, amo G.”
Genfirio y Sosh desaparecieron.

Dagen e Izain jamás volvieron a escuchar sobre PUG. Se limitaron a seguir adelante con sus vidas, conservando aquella unión tan especial que habían encontrado, ignorando por completo los hechos relacionados. Aun si hubieran recordado a PUG, lo que pasara con ellos no podría importarles menos, teniendo suerte en mantenerse al margen de las noticias sobre los eventos posteriores que hablaban del auge y la caída de PUG. La ambición de Genfirio nunca llegó a consumarse y el mismo fue derrotado por una fuerza superior, comprendiendo muy tarde que aquel acto de compasión del que fuera testigo, de un modo u otro, había influido para su inminente final.  Una historia que terminó antes de empezar mientras la de Dagen e Izain, como muchas otras similares, continuaría. Y tal y como Genfirio predijo, ni en la muerte encontraría un final.